Lo confieso, ¡soy un urbanita!, pero de León. Me apasionan las cosas de León: mis amigos, la comida, los pueblos, la montaña. En esas estaba cuando me avisaron de la celebración de Corro de Lucha Leonesa en la Mata de Curueño. Pues voy a verlo y si puedo, a narrarlo en un post, desde mi perspectiva, claro.
Mi imagen del «aluche», así me lo habían contado, comenzaba en la era o en la pradera verde con un ¿hay quien luche?, algo más que una proposición, entre valiente e insolente, que llegaba al desafío de un luchador descalzo, con el pantalón arremangado, para agarrarse a la cintura con otro de un pueblo distinto y de proporciones parecidas, entre resoplidos de gigantes.
Se ha formado el corro, con tablones. Todos se conocen y como buenos paisanos de León se llaman por su mote. Bien, me gusta. Enseguida, mi compañero de asiento, un paisanín de esos con sombrero de paja y el cigarro pegado a los labios, al que los suyos apodan “Perdigón”, me saca del error: «Chaval, eso ya no se gasta. Ahora hay hasta un reglamento y una federación. ¿De dónde vienes?» Pego la hebra con él lo suficiente para que me vaya desgranando, a medida que los luchadores saltan al “corro”, las categorías en las que se compite: la más elegante la de ligeros, la más espectacular la de pesados; las mañas que utilizan: la cadrilada, que deja secuelas pues el luchador que cae se puede «mancar», el voleo que si tiene cruce se llama remolino, el garabito, la gocha, que es fea y mala, la mediana; «Perdigón» incluso hace un repaso de los mitos de la historia de los aluches: El Rápido, El Divino, El Che, El Helicóptero, El Chopo,…
Pasan las categorías, se alarga el «corro». Ya son casi tres horas sentado al sol de la ribera del Curueño y en la furgoneta del churrero, que hay a la salida del aluche, no tienen agua, quizás estos detalles se deban mejorar. Perdigón me advierte que lo mejor está por venir, cuando el Sol se haga crepúsculo, que no me marche. Tenía razón, «Clemente» ha dado la sorpresa, el «Yunque de la Valcueva» es inmenso y le ha tirado dos veces. Épico.
Tengo hambre. Soy adicto a la comida de León. Ahora el grito que me viene es ¿hay quien coma? Estamos en la Montaña de León, una de las patrias del Chorizo de León, uno de nuestros bocados básicos. Al final del corro, en el bar del pueblo, me espera un maridaje con protagonistas que me llevan al mundo de los sabores de León, los auténticos: Chorizo de León, bien puesto: ya saben, cortado de una «corra» roja, un poco picante, con un toque a humo, con un olor que me reencuentra con mis ancestros montañeses. Vino de uva Prieto Picudo, rojo limpio, con chispa, fresco, por clarete se le conoce también (aunque el nombre disguste al barman «cool»), de la D.O. Tierra de León, que conquista los sentidos. Ah y en compañía de una ensalada de Tomate de Mansilla, de piel fina, achatado, el de aroma y sabor que no deja confundirse. Pura dieta leonesa.
Pierde el que cae de espaldas y el ganador ya no se lleva el mazapán de la panadería del pueblo o un gallo de los de corral de toda la vida, ahora se lleva puntos para una clasificación final en la Liga de Verano y en el Trofeo a la Regularidad.
Debo reconocer que esto es León. Para disfrutar y divertir. Para sentir: el aluche y el chorizo, el vino y tomate. Para hablar con la gente como «Perdigón». Para Comer de León.